After Office

Mets, en busca del milagro del 69

Tom Seaver fue el encargado de abrir la Serie Mundial de 1969 ante el Orioles de Baltimore. El beisbol es un rosario de maravillas, por eso es perturbador. El Mets perdía 0-3 en Nueva York en el quinto desafío del 16 de octubre. Logró empatar y con dobletes de Jones y de Snowboda logró el ya mitológico 5-3.

Cada juego de beisbol tiene un precursor. En julio de 1969, cuando los Mets eran llamados "Los adorables perdedores" (y comenzaban a dejar de serlo), Tom Seaver saltó a la loma para demostrar por qué era el Novato del Año (1967) y el líder de ponches de la Liga Nacional. Hubo muchas razones por las que Seaver fue elegido indiscutible inquilino del Salón de los Inmortales de Cooperstown. Aquella fue la primera aproximación a una justificación. En el estadio Shea, lleno total, lanzó 8 entradas y un tercio de manera perfecta ante el Cachorros de Chicago que lideraba la Liga con rumbo al título y con el que juegan hoy el tercero de la serie final por la Nacional. Jimmy Qualls conectó un hit por izquierda y rompió el encantó del muchacho de Fresno, California.

El joven (1944) llegó a despabilar a una novena que entre 1962 y 68 perdió 737 partidos y ganó 394. Su mejor lugar había sido justamente el noveno del 68. Pero en el 62 cayeron en 120 ocasiones y se impusieron en apenas 40, una de las peores marcas de la historia de las Mayores.

Con Gil Hodges en el timón, las cosas empezaron a cambiar de manera espectacular. Seaver fue la pieza fundamental de la transformación al milagro casi cinematográfico. Ganó 25 partidos en el memorable 69 (deportivamente hablando, claro) en el que el Mets se hizo de 100 victorias por 62 descalabros. En el cierre del curso arrebataron el título del Este al Cachorros y enfrentaron al Bravos de Atlanta en el primer juego divisional de la historia. En un extraordinario duelo de pitcheo, Seaver venció 9-5 a Phil Niekro. Y fue el encargado de abrir la Serie Mundial ante el Orioles de Baltimore, que presumía un récord de 109-53 y el brazo del cubano Mike Cuellar.

En el partido inaugural de aquel Clásico de Otoño, Seaver fue apabullado por Cuellar que lanzó el juego completo con bola de seis hits y una carrera limpia aceptada. El 4-1 de aquel octubre hacía suponer que el "final feliz" hollywoodense no se realizaría del todo. El muchacho de la cinta se venía para abajo en el desenlace... Seaver saltó a la loma en el juego cuatro.

En el estadio Shea, con la serie 2-1 a favor del Mets, Seaver demostró que el deporte muchas veces es más asombroso que la imaginación de la pantalla grande: el largometraje seguía siendo suyo. Ningún guionista no hubiera dispuesto de semejante dramatismo a esta historia. Seaver se mantuvo en el montículo durante 10 entradas. El partido se definió (2-1, con el trágico error del relevista Hall, que permitió la vuelta a Ítaca a Gaspar) en la baja a favor del Mets, que, así, estaba a punto del clímax de una fascinante épica.

El beisbol es un rosario de maravillas, por eso es perturbador. El Mets perdía 0-3 en Nueva York en el quinto desafío del 16 de octubre. Logró empatar y con dobletes de Jones y de Snowboda logró el ya mitológico 5-3.

Cuando cayó el out 27 comenzaron a correr los créditos de una película de espléndido argumento.
FIN.

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