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Maratón: una carrera infinita

Correr un maratón es cosa seria: el desafío primario es concluir de pie la carrera; ya luego se puede pensar en tiempos, en lugares, en formas, en celebraciones.

La mítica carrera de la ciudad griega que da nombre a esta competencia hacia Atenas es quizá la justa deportiva que mejor ha conservado su forma a lo largo del tiempo. Es como si se tratara de una prueba infinita.

Tal vez sea porque el maratón comienza mucho antes de que suene el disparo de salida y continúa más allá del momento en que uno cruza la meta. Es una carrera que se corre varias veces en la mente antes siquiera del verdadero día y que se revive en la memoria con el dolor del cuerpo y el placer de la mente por el resto de la vida. Terminar un maratón es algo infinito.

Este domingo, el Maratón de la Ciudad de México puso en sintonía a más de 35 mil corredores, y a cientos de ciudadanos que acudieron, más que como espectadores, como compañeros de carrera: un grito de aliento, una palmada, un dulce, una bolsa con agua y hasta un poco de pomada para contrarrestar el dolor. Así son las muestras de solidaridad, a las que corresponden una infinita gratitud.

Incluso el Metro cambió sus horarios para trasladar a los corredores. A las 6 y media de la mañana sonaba en el andén de CU "la cumbia infinita" de Los Ángeles Azules; gracias a la canción fue que me di cuenta de lo largo que podría resultar un maratón. Antes sólo había participado en carreras de 21 kilómetros (medio maratón), con resultados aceptables, mientras correr distancias menores era muy parecido a los días de entrenamiento.

Pero el maratón es cosa seria. Requiere más que preparación y más que voluntad. El desafío primario es concluir de pie la carrera; ya luego se puede pensar en tiempos, en lugares, en formas, en celebraciones.

Para cualquier corredor, imagino que los últimos 10 o 15 kilómetros de esta agotadora carrera son los más difíciles, casi eternos. Las piernas dejan de responder, las rodillas ya no se mueven igual y hasta empiezan a molestar, los pies ya no quieren impactar el piso; acaso sea éste el momento en que el anhelo de volar alcanza su máximo en la cabeza de cualquiera. Pero uno sigue en la tierra, corriendo.

Y es también en ese momento en que uno valora haber llegado entero a los 35 o 38 o hasta 40 kilómetros. Y ya es demasiado tarde para rendirse, como demasiado el cansancio. Y no hay nada más que seguir, o retirarse con la gran losa en la espalda de haber dejado la tarea incompleta.

Además del gozo, hay un premio tangible por concluir la kilométrica marcha. La hazaña de correr y terminar maratones en la Ciudad de México tiene una patriótica recompensa similar a una sopa de letras, pero que cuelga del cuello: las medallas corresponden a las letras del nombre de México. Si uno concluye seis, puede escribir el nombre completo del país con sus preseas.

Este año, la medalla fue una letra 'I'. Esa letra con la que comienza el infinito.

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