After Office

Mal boreal

El equipo de Miguel Herrera sale al azar, sin orden, sin planteamiento. El funcionamiento del "Tri" deja muchas dudas sobre su papel en la Copa del Mundo que ya inicia este jueves 12 de junio. 

Miguel Herrera juega a nada. No tiene idea. Ni esquema ni propósito. Su equipo, una cháchara, sale a la cancha a la aventura, al azar. Milita con lo que sucede, lo que se va dando. El técnico nacional juega al "echarle ganas", como dirigiera a un equipo de barrio. No hay mejora en el plantel, lo que ha sucedido esta noche es otra cosa: el rival ha sido bondadoso en los espacios, en el estilo. Ha dejado que los mexicanos desplieguen lo que tienen, y lo que demuestran es muy poca cosa para asistir a una Copa del Mundo. Fue un juego libre para saltar a decir lo que se tiene, lo que se guarda. Y el resultado ha sido paupérrimo, casi fachas.

Los amistosos previos a la gran cita tienen el poco valor de la desenvoltura, el desparpajo. México es solemne hasta en eso. Sobradamente tomado a más. El equipo de Herrera jugó ante Portugal con la sobrestima de una final mundial. Sucede que ese plantel, presionado hasta el detalle, no se divierte; no disfruta lo que hace. Se toma al país en los hombros y acaba por estropearlo todo. Militaron más las ausencias que las presencias. Las del contrario, sobrentendidas. La propia, Montes, por decir, pesa más en el esquema de lo que el mismo jugador hubiera supuesto. Justo eso, la Selección de Herrera juega al supuesto. No al por supuesto.

Torpe en la elaboración de jugadas, malo en la técnica y casi insufrible en la organización del juego (pase, recepción, pase), hace del deporte más lindo una avenida de tropiezos. Con el Mundial en la cabeza, piensa, absurdamente, en Camerún, sin saber que éste es el juego nuevo: Portugal. Parece que el mismo Herrera justifica el tercer partido de la Copa del Mundo, antes de que ésta se realice. No hay orden ni imaginación. La depresión es su percha. Y su forma, titubeante, de hablar.

Herrera ha dejado en sus jugadores el miedo al fracaso. Y del fracaso hace un hábito. Cuando el juego, la diversión, se escapa llega la burocracia. No hay equipo más oficinista que el de México. Miedoso a la finalización del contrato. Piensa más en la nómina que en el ejercicio mismo de la tarea. Así, su rutina es predecible: tres sufrimientos y vuelta a la otra rutina, la del manoseo sucio.

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