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"La Bohème" con micrófonos saluda al Auditorio Nacional

“El reto es crear un diseño que proporcione una arquitectura de sonido de lo que está pasando en el foro y en el escenario”, dice Humberto Terán, el más prestigiado ingeniero de sonido del ámbito clásico en México. Está bajo su responsabilidad la puesta en escena de Giacomo Puccini, en el recinto de Reforma.

Cantar con micrófono es la antítesis de la ópera. Parte del prodigio de la voz educada para el arte lírico consiste en que puede prescindir de la electrónica para lucirse; más cuando lo que se canta proviene de épocas en las que esa tecnología no existía.

Pero entrado el siglo XXI, es cada vez más común encontrar espectáculos operísticos en los que el amplificador es fundamental. En el Palacio de Bellas Artes, tras su polémica remodelación, la sonorización artificial estuvo presente.

La ópera se canta con un micrófono con mayor frecuencia porque los recintos donde se presenta, en el afán de hacer producciones más espectaculares y de llegar a otros públicos, así lo requieren: desde zonas arqueológicas hasta estadios. Hacer que estos espacios suenen bien no es tarea fácil.

"El reto es crear un diseño que proporcione una arquitectura de sonido de lo que está pasando en el foro y en el escenario", dice Humberto Terán, el más prestigiado ingeniero de sonido del ámbito clásico en México.

Terán ha sonorizado el Auditorio Nacional para figuras como Itzhak Perlman o Riccardo Muti. Está bajo su responsabilidad en la puesta en escena de La Bohème, de Giacomo Puccini, una producción de la OBA que protagonizarán el tenor mexicano Ramón Vargas y las soprano Ainhoa Arteta y Olivia Gorra.

"La sonorización jamás emulará a un teatro de ópera", advierte Terán. "Lo que hay que hacer es llevar el sonido uniformemente a todas las 7 mil 500 personas con calidad". El punto de partida es cubrir el ruido ambiental y equilibrar la música a partir de un principio de simetría. Para ello, Terán cuenta con un equipo de 10 personas, de las 300 que tiene la producción.

BORDADO FINO
La ópera debe armonizar los planos de la orquesta, abajo, y en el escenario, el coro y los cantantes, arriba. En un teatro de ópera, estas fuentes se equilibran a través de la acústica del recinto y de la dirección musical.

"Aquí el trabajo del director concertador sigue siendo la base", abunda Terán. "Lo que él crea es con lo que nosotros amplificamos".
En este caso, dice Sbra Dinic, cuya batuta serbia dirige la música en este montaje, La Bohème es una de las partituras de mayor sutileza del repertorio operístico.

"Puccini es todo detalle. En la ópera en general, siempre hay un peligro de que la orquesta tape a los cantantes, pero La Bohème es al revés, es muy fina, casi como música de cámara. Un trabajo muy difícil para el director porque hay que controlarla y explotar las partes líricas del canto", expone Dinic, quien ha dirigido esta pieza en casi 50 ocasiones.
"Vamos a tocar como lo haríamos en un teatro para rescatar los colores de la orquesta".

Para sonorizar esta obra en cuatro actos se usarán seis micrófonos ambientales en el escenario, colgados sobre las zonas clave del trazo escénico marcado por el director, Luis Miguel Lombana, quien ha tenido que adaptar el lenguaje escénico ante las dos pantallas que amplifican la imagen de lo que sucede sobre las tablas.

"Estos micrófonos captan al coro y nos dan los diferentes planos sonoros de los cantantes", dice Terán. También se capta el sonido desde el piso, para dar las sensaciones de derecha e izquierda, y hay dos monitores en cada flanco del escenario para que los artistas puedan escucharse.

"Cada cantante lleva un micrófono en el vestuario o en la peluca, pero es sólo de apoyo, para cuando se voltean o se agachan", precisa Terán.
El sonido es como un ser vivo: se modifica de acuerdo con la temperatura y los niveles de humedad en el ambiente provocados por la respiración del público.

Si el aire está muy denso -explica Terán- porque hay 7 mil personas y hace calor, las altas frecuencias se detienen, se atenúan. Los micrófonos, con la saliva o el sudor también se pueden modificar.
El peligro de esta producción radica en que hay que confiar en la tecnología. "Y los aparatos eléctricos no tienen palabra de honor", concluye Terán.

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