After Office

Kennedy, la 'marca' presidencial que en EU aún se echa de menos

La mayoría de los estadounidenses ve todavía a John F. Kennedy -quien este lunes cumpliría 100 años- como uno de los mejores mandatarios que ha tenido su país, aunque los historiadores puedan opinar distinto.

A más de medio siglo de su muerte, la mayoría de los estadounidenses ve todavía a John F. Kennedy como uno de los mejores mandatarios que ha tenido su país, aunque los historiadores puedan opinar distinto. ¿Por qué es aún tan popular?, se pregunta Michael Hogan, profesor de la Universidad de Illinois en Springfield y autor de The Afterlife of John Fitzgerald Kennedy: A Biography, su libro más reciente.

Para empezar, JFK -quien hoy cumpliría 100 años- y su primera dama, Jacqueline Kennedy, trabajaron duro para construir una imagen positiva de sí mismos. "Lo que llamo la marca Kennedy", dice Hogan. "Y porque la historia se trata más de lo que se olvida que de lo que se recuerda, hicieron todo para filtrar cualquier información que fuese contraria a esa imagen".

Como el investigador lo hace notar en su libro, los estadounidenses sabían poco del tabaquismo de Jackie, de su ostentosa forma de gastar o de su uso de anfetaminas. Tampoco sabían de la farmacodependencia de Jack, de sus problemas médicos y maritales. "Por el contrarario, en su restauración de la Casa Blanca, sus famosas cenas de Estado, su elegante y hábil manejo de los medios, los Kennedy se representaron como versiones idealizadas de la pareja presidencial".

Junto a la imagen de JFK como líder progresista en la tradición del New Deal, el matrimonio se proyectó como pareja feliz y amorosos padres, comunicando un mensaje de esperanza, encanto e inteligencia, juventud, vitalidad y belleza. "En el curso de su administración, el rating de aprobación del presidente tuvo un promedio del 70 por ciento, que es notablmente alto para los estándares de hoy", señala Hogan.

El profundo trauma cultural que indujo el asesinato de Kennedy lo transformó en un héroe caído, una memoria que trascendería su muerte. La marca Kennedy se convirtió entonces en un símbolo sagrado para la vida americana. "Jacqueline quería que su esposo fuera recordado como algo más cercano a la leyenda que a la ciencia política; por lo que representaba y no sólo por lo que hizo, le dijo al periodista Theodore H. White. Quería que lo recordasen como un hombre de estilo, un pacificador, un cruzado de la justicia social y orador dotado que inspiraba esperanza en el futuro y confianza en el gobierno".

Y se propuso lograr esa meta desde la muerte de su esposo. "Transformó el funeral en una reproducción dramática de su vida. No perdió oportunidad para establecer una conexión entre su esposo, Abraham Lincoln y Franklin Roosevelt, dos de los grandes reformistas, o recordar su heroismo en la guerra, la devoción al servicio y voluntad por el sacrificio por el bien mayor", asegura Hogan.

Con ese mismo objetivo, dice el historiador, la joven viuda eligió el Cementerio Nacional de Arlington como su lugar de descanso final. Allí la tumba de su esposo compartiría espacio visual con los monumentos que honran a Washington, Jefferson y Lincoln, recordándole a todos que él se encontraba entre los grandes presidentes de Estados Unidos. Situada bajo la Mansión y arriba del Memorial de Lincoln, su tumba también recordaría su compromiso hacia los derechos civiles y su rol como pacificador que intentó calmar a una nación herida por las pugnas raciales y regionales.

Jackie también supervisó el diseño de la Biblioteca y el Museo Kennedy en Boston, y persuadió al presidente Johnson a impulsar el John F. Kenedy Center for the Performing Arts en Washington D.C. -un espacio de libertad de expresión propio de una sociedad democrática, observa Hogan- así como el centro espacial en Florida, que acentuó su afán progresista. "Fue así que los estadounidenses vieron con nostalgia los 60 y a Kennedy, en especial los valores tradicionales que supuestamente representó".

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