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Hoy, comer es un arte

El arte también entra por la boca. La preponderancia del ojo –y del oído- ha cedido terreno a ese órgano, otrora improbable en el ámbito de la estética. 

Hoy el arte también entra por la boca. La preponderancia del ojo –y del oído- ha cedido terreno a ese órgano, otrora improbable en el ámbito de la estética, no ya para expresar sino para percibir, saborear, devorar, literalmente, una obra. Hoy el acto de comer es considerado un acto creativo, tanto como el cocinar. Comer puede constituir una obra de arte.

Pensemos en un artista como el argentino Rikrtit Tiravanija, quien se ha dado a conocer por cocinar en el museo o la galería. Al encender el fuego transforma la sala de exhibición en espacio casi ritual:

El artista cocina un platillo tailandés en un wok. El sonido del sofrito y el aroma a cúrcuma despiertan evocaciones y desencadenan el salivar de los comensales, mientras el cocinero se vuelca en los colores dorados del guiso. La sensación crocante de las verduras confirma que el plato está a punto. Se reparten las porciones y la música de los cubiertos comienza, dotando de un nuevo ritmo a la conversación.

"Los artistas tienen presente que es la boca lo que permite comer, hablar y pensar, así que al invitar a comer también propician la conversación; es con estas acciones conjuntas que los artistas están construyendo su obra", afirma Alejandra Rodríguez Díez, autora del ensayo crítico "Arte/Comida/Arte" (Editorial Lamm, 2013).

El acto de comer, dice, propicia una serie de relaciones que se dan al formar parte de la obra, que no es más un objeto de contemplación, sino un disparador de experiencias en las que el espectador es un co-creador.

La brecha futurista
La brecha futurista

Si bien existen otros antecedentes en la aparición del alimento en el arte, – los retratos de Arcimboldo elaborados con figuras vegetales en el siglo XVI, por ejemplo-, fue hasta el siglo XX que los artistas comenzaron a experimentar con la comida.

Fue a partir de las primeras vanguardias que los creadores obtuvieron la libertad para utilizar materiales extra pictóricos para construir sus obras, con lo que llegaron a romper las fronteras del territorio específico del arte, asegura la antropóloga y maestra en Arte Contemporáneo.

El vínculo entre el arte y la comida se remonta al movimiento futurista. En pos de crear un discurso para el porvenir, refiere, los futuristas se enfocaron, entre otros aspectos, en la alimentación. Así en 1930, Tomasso Marinetti presentó en Italia el manifiesto de "La cocina futurista", que ofrecía un menú para el súper hombre del futuro.

Fue otro futurista, el suizo Daniel Spoerri, quien propuso el término Eat Art e incluso abrió un restaurante en Dusseldorf, en 1968 –como lo hizo después Gordon Matta-Clark con Food, el comedor que instaló en Manhattan- donde los artistas se reunían y realizaban acciones relacionadas con la comida, mientras él experimentaba con platillos sorprendentes, como un postre hecho con puré de papa que lucía como un helado de vainilla.

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Salchichas incomestibles

En esa apertura, han surgido piezas tan imposibles como las salchichas literarias (literaturwurst) del alemán Dieter Roth, quien en 1968 comenzó a aplicar las recetas de la charcutería germana a una mezcla que, en vez de carne, contenía libros triturados; mientras que la francesa Denise A. Aubertine recubría libros con pasta de hojaldre y los horneaba como una tarta.

"Cotidianamente dices 'me devoré el libro', para expresar que te fascinó; pero en estos casos, el libro no lo puedes leer y el embutido, no te lo puedes comer", comenta Rodríguez Díez.

Pero el territorio del arte permite también otros imposibles, como el cineasta Werner Herzog, quien se comió su zapato cocinado con especias, en 1980.

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Cadáver exquisito

Uno de los pocos artistas mexicanos que aborda la creación artística a través de los alimentos es César Martínez. Desde 1991 comenzó a esculpir figuras humanas comestibles para elaborar un discurso de connotaciones políticas a través de un canibalismo metafórico.

"La boca es como otra mirada", dice el artista-cocinero, "es el orificio que además nos permite estar vivos, a través de un proceso que yo llamo difestivo"

Para el autor de las Performan-cenas, ingerir su obra es convertirla en parte -física- de quien la experimenta; una premisa que comparte también el cubano Félix González Torres, quien en diversos recintos ha desplegado una instalación de caramelos cuyo peso es igual al del cadáver de su pareja, que murió de sida.

"Entonces invita a un acto de celebración para un trago amargo como es la muerte", comenta Rodríguez Díez.

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Y después del banquete…

En su silencio, las sobras revelan misterios de lo acontecido en la mesa. Así lo muestra el mexicano Gabriel Kuri en su libro "En cuenta" (2006). Tras fotografiar durante meses lo que dejaba en el plato, reunió imágenes –violentísimas- de los restos de alimento para provocar una reflexión sobre lo efímero.

Se trata de una práctica que retoma al propio Spoerri, quien en 1959 elaboraba sus tableaux pièges pegando sobre la mesa los platos y sobras de una cena, tal como los habían dejado sus comensales, y los montaba sobre la pared como un cuadro, un collage que, puntualiza Rodríguez Díez, se convierte en "una cartografía del deseo llevado a la boca".

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¿Y eso es arte?

Rodríguez Díez, para quien sólo se habla de arte cuando los artistas se desplazan al territorio de la cocina, "y no a la inversa", la pregunta por el arte ya no es pertinente, sino el estar dispuesto a encontrarse con la obra, que es, al final, un encuentro con uno mismo. 

"Lo que veo es que el artista siempre está retando al propio arte, y eso impulsa la potencia para seguir creando, no en busca de una innovación -para vernos modernos-, sino en una potencialidad inagotable en todos los terrenos creativos".

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