After Office

Herrera, la ignorancia supina

Fiel a su espejo, Miguel Herrera no entiende de razones. Una bronca innecesaria lo ha puesto en el abismo del escándalo. Y lejos de bajar la presión cumpliendo con lo que sabe hacer, se complica el entorno de la forma más ríspida posible.

Terrible tomarse en serio a un hombre que nunca ha conocido el buen gusto. Fiel a su espejo, Miguel Herrera no entiende de razones. Una bronca innecesaria lo ha puesto en el abismo del escándalo. Y lejos de bajar la presión cumpliendo con lo que sabe hacer, se complica el entorno de la forma más ríspida posible.

Acostumbrado a la bronca, avienta golpes a lo que se le acerca para que la violencia lleve a los hechos lo que las ideas no pueden. Carece de ellas. Luego, el putazo (en su siempre elegante paladar). El míster debiera canalizar la furia (siempre puesta y dispuesta) en organizar un esquema que solvente el trámite de la Copa Confederaciones. Debiera aplicarse al cuaderno y discutir en serio la formación de una selección de altos vuelos. Pero no, el deporte no le pertenece; no es lo suyo aquello de la caballerosidad.

Barrial, insolente, testarudo se monta en el lodazal del pleito fácil con la prensa, con los árbitros y con sus jugadores. Las andanzas extracancha lejos de avergonzarle, le ufanan: señal inequívoca del que ha perdido la noción de realidad. Yo soy la razón, parece decir el hombre que no conoce el razonamiento. La locura de Herrera se incrementa a niveles insostenibles para el valor del dinero. No será un desquiciado heroico, sin duda. Herrera será un loco que creyó un día ser el técnico nacional del quinto partido, esa frontera consciente del autoengaño.

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