After Office

Guía para predecir los Óscares

Prever quiénes se llevarán la estatuilla no requiere haber visto las cintas nominadas, sino las ceremonias anteriores, los escándalos que rodean a los candidatos.

Aunque sea una perogrullada, vale la pena repetirlo: los Oscar no siempre premian la calidad. Más bien son un vehículo a través del cual una industria se exculpa a sí misma, salda deudas e intenta mostrar su mejor perfil: empática con quienes sufren discapacidades, tolerante y abierta.

Para predecir una ceremonia del Óscar no importa haber visto las películas nominadas, sino las ceremonias anteriores, o bien, los escándalos que rodean a los actores nominados. Ejemplos sobran, pero ahí va uno evidente: de no haber insultado a uno de los productores de los BAFTA o no haber levantado la estatuilla un año antes por Gladiator, Russell Crowe probablemente hubiera ganado en 2002 por A Beautiful Mind. En los Oscar, los factores determinantes a veces están lejos de la pantalla, y en ningún año pesarán tanto como en este 2017.

Empecemos con la categoría a Mejor actor. Hasta hace poco parecía que Casey Affleck podía dormirse en sus laureles: el premio era prácticamente suyo. No obstante, los medios retomaron la noticia de que la productora y la fotógrafa de I'm Still Here, falso documental dirigido por Affleck, lo demandaron por acoso sexual. Que el actor no haya admitido públicamente el abuso va en detrimento de sus posibilidades, como comprueba el hecho de que su principal contendiente, Denzel Washington, haya ganado con su propio gremio, el Screen Actors Guild, un predictor confiable. Poco importa que Washington ya obtuvo dos Óscares. Tampoco que la actuación de Affleck en Manchester by the Sea sea la mejor de las cinco nominadas. Washington ganará el domingo.

Sigo con (falibles) predicciones. La Academia enmendará su error del año pasado premiando a tres actores afroamericanos. Washington, sí, pero también Viola Davis, su coestelar en Fences, y Mahershala Ali, por su actuación carismática en la primera parte de Moonlight. Ambos serán ganadores dignos, si bien Jeff Bridges está magnífico en Hell or High Water.

Este año la categoría más reñida es la de Mejor actriz, un duelo entre Emma Stone –adorable y multifacética en La La Land– e Isabelle Huppert, en una de las grandes películas del año y quizás su mejor actuación hasta la fecha: Elle, de Paul Verhoeven. Si tuviera que apostar me iría por Stone, pero sería un acto de verdadera justicia que el Oscar se lo llevara la tremenda Huppert.

La La Land, un musical sacarino, de nostalgia facilona, muy probablemente rebasará a Moonlight tanto para Mejor película como para Mejor director, haciendo de Damien Chazelle el realizador más joven en llevarse esa estatuilla. También le ganará a Manchester by the Sea, desde mi punto de vista la mejor de las nueve nominadas. Como premio de consolación, al director y escritor Kenneth Lonergan le tocará el premio a Mejor guion original, y a Barry Jenkins el de Mejor guion adaptado por Moonlight. Así, ninguno de los tres principales contendientes se irá con las manos vacías (a la Academia le gusta equilibrar la balanza).

En otras categorías, el diseño sonoro de Hacksaw Ridge, al que elogié en esta misma sección, saldrá premiado, mientras que La La Land arrasará en fotografía, edición, música, canción y diseño de producción (en mi opinión, lo más destacado de la película), alcanzando un total de nueve estatuillas, un número notable por donde se le mire.

Junto con el guion de Lonergan para Manchester by the Sea, quizás el premio más merecido será el que se lleve O.J.: Made in America. Mi favorita de todo el 2016, el largo documental de Ezra Edelman recorre la vida, el ascenso y el estrepitoso derrumbe de O.J. Simpson para permitirnos entrever la brecha que aún escinde a los blancos y los negros en Estados Unidos: una historia de venganzas en masa que registra a una sociedad deslumbrada por la fama barata y los reflectores, incapaz de ver cómo los prejuicios raciales siguen mermándola por dentro. No hay –no pudo haber– una película que tomara mejor el pulso de nuestro vecino en 2017, un país dividido, desconfiado y rencoroso. Si la Academia quiere dar a entender que no está desconectada del resto de Estados Unidos, no hay mayor gesto que premiar la obra maestra de Ezra Edelman, la más grande del año.

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