After Office

El carga ladrillos

Jaime Abello, presidente de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, uno de los mayores legados que dejó Gabriel García Márquez, afirma que el oficio periodístico se convirtió en una obsesión para el autor de "Cien años de soledad". 

El reportero se le acercó con micrófono en mano. Sabía, como casi todo mundo, que Gabo no frecuentaba las entrevistas. El carga ladrillos –como él llamaba al oficiante– lo saludó. Gabo reclamó. "No te diré nada. Si hubieras llegado diciéndome: '¡Chinga tu madre!', te contestaría lo que quisieras, así son las cosas, duras; dedícate a otra cosa".

García Márquez quedó fascinado desde que entró por primera vez a la redacción de El Universal en Cartagena, en mayo de 1948. Murió hace un año, siempre con la intención de tener un diario propio, en el que no existieran las columnas de opinión ni los editoriales. Puro reportaje, pura crónica, pura noticia. No lo logró. La persecución a la nada parece mucha literatura para un hombre que vio en los hechos, en el dato duro, el origen, las raíces del periodismo.

Esta versión de Gabo corresponde a Jaime Abello, presidente de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, uno de los legados del Nobel de Literatura. Sostiene Abello que esa vocación se volvió una obsesión enfermiza. En 1982, el año en que la Academia le lleva a la inmortalidad, estuvo a punto de abrir El Otro, el cabezal justo para un periódico conducido por un hombre que creyó en el reportero-ciudadano, en el reportero-crítico, el reportero-vivo.

Afirma Abello que no puede hablar por el escritor muerto hace un año, un año justo, bisturí del calendario, pero puede, eso sí, dar una impresión de lo que Gabo aseguraba debe cumplir el artesano del oficio más lindo: revelar, averiguar, pero sobre todo: contar, contar, la bendita manera de narrar, explicar, interpretar, contextualizar. Sostiene Abello que Gabo aseguraba que una historia siempre ilumina, siempre asombra.

Cuando pasó por la revista Alternativa, de izquierdas, de 1974 al 79, Gabo –sostiene Abello- estuvo cerca de cumplir su sueño; cerca, adverbio impreciso, nada periodístico. Uno sí. Comprimido (no queda ningún ejemplar), duró cinco días en septiembre de 1951. Allí imprimió su sentido crítico, independiente, como debe ser este trabajo de obreros, casi albañil.

Gabo dijo, escribió en alguna ocasión que la narración nació cuando Jonás le tuvo que explicar a su mujer que se lo había tragado una ballena. Es cierto que ejerció una variada literatura, es cierto. Pero, sostiene Abello, también todos las funciones del periodismo, todas. Le encantaba contar versiones verídicas de los hombres, el suceso cotidiano que echan a perder las fantasías, las desproporciones; Julio Scherer García diría que el trabajo es preciso como el bisturí. Juntos, Gabo y Scherer, defendieron siempre la palabra reportero, sin el glamur que produce el "periodista". Sostiene Abello que el reportero-Gabo siempre fue coherente con su fidelidad –siempre, adverbio duro–, murió con la imposibilidad de compartir, de nueva cuenta, las juntas casuales de redacción en las que, aseguró, se enriquecían las sustancias de esta labor: las noticias.

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