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Entre Cohen y Bieber... Canadá mira hacia el sur

La Ciudad de México asiste a la transformación del canadiense más carismático del siglo XXI. Leonard Cohen, descendiente de refugiados, soñó con convertirse en poeta. Y lo logró. Justin Bieber, hijo de una madre soltera y víctima de constantes abusos sexuales, soñó con ser estrella de pop. Y también lo logró.

En noviembre de 2015, Jean Bordeiu, abogado sexagenario y ex colaborador del congreso de Quebec, bebía un whisky doble en un bar típico de Canadá mientras analizaba por qué dos hombres llamados Justin lo irritaban tanto. Uno se apellidaba Trudeau y acababa de convertirse en el nuevo primer ministro de su país; el otro era Bieber, por quien había desembolsado una parte de su pensión para comprar un boleto VIP a su nieto. El viajero escuchó sus elucubraciones durante una charla de, quizá, media hora.

¿Qué le ha pasado a Canadá? –se preguntó, con cierta nostalgia. Hemos pasado de la solemne tradición europea –continuó– a la cultura estadounidense del espectáculo. De Pierre Trudeau, el gran liberal de este país, a Justin Trudeau, su hijo, un performancero de la política. De Leonard Cohen a Justin Bieber. No sé qué tan bueno o malo sea todo esto –remató–, pero está sucediendo.

Decía Frank Zappa que la música es un comentario sobre el pueblo que la genera; Justin Bieber hoy es la cara más visible del socio comercial de México. Lo que las viejas generaciones encontraron en Leonard Cohen, Neil Young o Céline Dion, las nuevas lo hallan en este chico de Ontario que, a sus 22 años, genera ganancias por hasta 80 millones de dólares al año, según la revista Forbes.

Muy en el fondo, lo que más le indignaba a aquel hombre era que su país se pareciera cada vez más a su vecino del sur. Tal sentimiento no es, por supuesto, cosa nueva. El sociólogo Seymour Martin Lipse explica en Continental Divide: The Values and Institutions of the United States and Canada (1989) que la sociedad canadiense, desde siempre, ha vivido inmersa en una constante búsqueda –a veces sin éxito– de una identidad nacional. "Los canadienses frecuentemente buscan describir lo que es Canadá señalando justamente lo que no es: Estados Unidos".

Hijo de inmigrantes lituanos judíos, criado en la Montreal bohemia de los años 50, francófono y amante de la cultura helénica, Leonard Cohen representa la vena más multicultural del universo canadiense. Bieber es su contraparte: anglófono, glamuroso, amante del soccer y residente de Calabasas, la exclusiva zona angelina donde viven Britney Spears y Kanye West. A su edad, Cohen se conformaba con un modesto sueldo de mesero para solventar su incipiente carrera literaria.

"Lo que me sorprende es que estamos siendo cada vez más similares a los americanos en nuestra cultura y en nuestros valores", escribió hace un par de años el periodista canadiense Brian Hutchinson en el National Post.

Los dos Justin, tan acostumbrados a los reflectores, son los protagonistas de un país que debe establecer nuevas relaciones con otro hombre del espectáculo: Donald Trump.

Pese a integrar las filas del Partido Liberal, la prensa local ha criticado a Trudeau por su ligereza política. En 2012 organizó una pelea de box contra el conservador Patrick Brazeau. Las ganancias se destinaron a causas benéficas y después se realizó un documental llamado God Saves Justin Trudeau. El periodista español Miguel Ángel Bargueño lo define como "el líder más atractivo de la política mundial, con una belleza a medio camino entre Matthew McConaughey y el príncipe de La Sirenita". Su esposa es Sophie Grégoire, conductora de televisión y maestra de yoga. En 2013 aceptó hacer un striptease, también por motivos altruistas. Por aquellas fechas Bieber era acusado de "vandalismo" en Brasil por pintar las paredes de un hotel, fotografiado con bailarinas exóticas y detenido por fumar mariguana a bordo de su Ferrari.

Cohen, descendiente de refugiados, soñó con convertirse en poeta. Y lo logró. Bieber, hijo de una madre soltera y víctima de constantes abusos sexuales, soñó con ser estrella de pop. Y también lo logró.

Ambos crecieron en ciudades de amplia tradición literaria. De niño, Cohen conoció a un hombre que le presentó la guitarra y a García Lorca, las dos grandes pasiones de su vida. Bieber creció en Stratford, ciudad famosa por albergar el festival shakesperiano más grande del mundo.

El joven Leonard optó por la batalla contra la hoja en blanco; Bieber por el Internet. Si el compositor de 'Hallelujah' repartió sus manuscritos en editoriales puerta por puerta, Bieber subió a YouTube sus covers de Usher y Stevie Wonder esperando un golpe de suerte que sí llegó bajo el nombre de Scooter Braun, el productor que le construyó una imagen a la semejanza de las estrellas juveniles que Estados Unidos sabe fabricar mejor que nadie. En poco tiempo, el hijo de una ex drogadicta se convirtió en el primer artista en tener 17 canciones dentro de la lista Hot 100 de Billboard, récord que ostentaban los Beatles desde 1964.

El sueño americano les fue posible de diferente manera: Justin ha vendido más de 100 millones de discos a nivel mundial y Cohen ganó el Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2011.

Hace cuatro años, sus caminos se cruzaron en una inusual competencia por llevarse el Juno, una especie de Grammy canadiense. Ganó Cohen.

Este sábado México se rendirá ante el muchacho.

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