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En los zapatos de los atletas del Maratón CDMX

Terminar un maratón es más que una victoria deportiva y aunque no ganes nada, al final el dolor significa que superaste la prueba de correr contra ti mismo, venciendo tus miedos.

¿Quién en su sano juicio lleva a su cuerpo al extremo durante 42 kilómetros y 195 metros? Después de cinco maratones, aún no encuentro la respuesta, y ayer otra vez fui uno de los 20 mil locos que recorrimos la Ciudad de México a pie, algunos por dos horas, principalmente los corredores africanos que dominan esta prueba a un ritmo promedio de tres minutos por kilómetro, y los corredores amateurs, que pueden tardar hasta seis horas en llegar del Hemiciclo a Juárez al Estadio Olímpico de Ciudad Universitaria.

A pesar de ello, ni la lluvia, ni el frío, mucho menos el sol que nos recibió en la meta, doblaron a ningún corredor. Van aquí algunas posibles respuestas. El Maratón de la Ciudad de México realmente es la dulcería más grande del mundo, y gratis: 42 kilómetros de gomitas, paletas, chocolates, palanquetas, alegrías, sobrecitos de miel, Coca-Cola, plátanos, naranjas y muchísimos caramelos. Con azúcar, miles de desconocidos te alientan en la calle a que termines un sufrimiento que no tiene razón de ser.

También están esos corredores extraordinarios, quienes te recuerdan que tus quejas diarias son una nimiedad ante, por ejemplo, la falta de piernas, ceguera, o estar amarrado a una silla de ruedas de por vida. Ayer en particular, un señor en muletas y sin una de sus extremidades inferiores nos recordó que la vida siempre te da otra oportunidad, aunque no quieras aceptarla.

A la par, es un espacio para las consignas políticas, los mensajes contra el cambio climático, las declaraciones de amor y las frases chuscas. "El dolor es pasajero, tu foto en el Facebook es para siempre", decía uno de los carteles mejor logrados.

De igual forma, se presentan los que perdieron a alguien querido y corren como si la muerte se los hubiera prestado como compañeros de ruta, o aquellos padres que empujan la silla de ruedas de su hijo recién nacido o enfermo, o cargan un cuadro de la Virgen de Guadalupe, llorando, disfrutando el dolor de su manda.

Al final, después de dejar en el camino a corredores acalambrados con los paramédicos, cuando te ponen tu medalla de participante y no puedes moverte, entiendes que terminar un maratón es más que una victoria deportiva y aunque no ganes nada, al final el dolor significa que superaste la prueba de correr contra ti mismo, venciendo tus miedos.

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