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El 'Relojero de Tepito', un espécimen en extinción

Artesano del tiempo. Así se le conoce también a Luis Hernández Estrada, uno de los pocos relojeros capaces de restaurar piezas monumentales en México.

Son miles los artefactos que Luis Hernández Estrada ha restaurado durante 55 años de ejercer un oficio que en el país, dice, está a la baja ante el desinterés de las autoridades por los relojes monumentales y el avance de la tecnología.

En la Ciudad de México existen 125 relojes de tal dimensión, de los cuales, afirma el experto, sólo funciona la mitad. El llamado Relojero de Tepito le da mantenimiento a todos los del Centro Histórico y al de Pachuca, Hidalgo, el más caro en la historia del país. Costó 30 mil pesos oro en 1905 y fue fabricado por los mismos que hicieron el Big Ben de Londres.

Son maquinarias finas en las que predominan el diseño alemán y el francés, aunque hay algunos ingleses, refiere. En Zacatlán de las Manzanas, Puebla, existen dos empresas que los hacen, aunque sólo a pocos estados les atrae la idea de comprarlos, lamenta.

"La situación es difícil", admite. "Pero a mis 70 años no sé hacer otra cosa, yo nací para esto; es lo que me mantiene vivo, aunque el relojero sea un animal en peligro de extinción".

Desde hace 10 años, de lunes a sábado, abre su pequeño "templo", como él le llama, en el despacho 212 del Centro del Reloj, en la calle de Palma 33, en el Centro Histórico.

Para sentirse médico, dice, se pone su bata blanca. Se lava las manos para retirar la grasa que tenga, se coloca en el ojo derecho su lente de lupa y se lanza a analizar lo que le duele al paciente en turno: al reloj de pared, al de mesa o al de pulso. "Todos tienen solución".

Don Luis nació en el barrio bravo de Tepito. Desde niño le gustaba desentrañar sus juguetes y observar a su padrino Carlos Salamanca, quien lo introdujo al mundo del reloj cuando tenía 15 años.

Con los conocimientos adquiridos halló empleo en H. Steel y al notar sus capacidades, sus jefes lo enviaron a tomar un curso en Los Ángeles. A su regreso, en el desaparecido Centro de Relojeros Suizo, donde también estudiaba, le mostró a su maestro Daniel Fisher la relojería de cuarzo que había aprendido y éste le sugirió que le explicara el mecanismo a sus compañeros. "Gracias a que lo hice, en 1980 me regaló una beca para perfeccionarme en el Centre de Formation Swatch Group en Suiza. Yo era el único mexicano. Después de ahí tomé un curso de relojería monumental", cuenta.

Hoy le sobran dedos para contar quienes pueden reparar estas grandes maquinarias en el país. "Si un reloj de ese tamaño se detiene en México, nadie le hace caso; el 50 por ciento de ellos están parados, mientras que en cualquier parte de Europa, todos funcionan", relata con tristeza mientras observa su pieza favorita, un Rue de la Paix de mesa. "Siempre que voy a los municipios para ofrecer mis servicios me dicen que no hay presupuesto para echarlos a andar y así se quedan".

Cada uno de los relojes que ha pasado por sus manos tiene una historia que contar. El primero que reparó fue el de la Iglesia de San Francisco de Asís en Tepito, pero es el instalado en la fachada del periódico El Universal, en Bucareli 12, el que más trabajo le ha costado "resucitar". De origen alemán, de 1923, pesa 10 toneladas. "Cuando iban a demoler el edificio, el dueño exigió que se quedara. Me llamó mucho la atención, pues en mis libros no aparece un monumental que toque el Himno Nacional Mexicano". Le tomó siete meses. "Fue como armar un rompecabezas gigante".

Su profesión lo ha llevado por el mundo, experiencia que comparte con generosidad, pues no cobra por impartir cursos como los que en breve dará en Lima, Perú. "Mis maestros suizos nunca me cobraron y en honor a ellos, yo tampoco cobro".

Sus siguientes metas son la publicación del libro Hombres, relojes y tiempo, en el que cuenta su historia profesional, y la creación del Museo del Reloj y Artes del Tiempo.

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