After Office

El Atlético de Madrid y la calle de la melancolía

La final de la Champions League entre el Real Madrid y el Atlético bien pudo ser una película de Hollywood. Hoy ha perdido un gran equipo comandado por el argentino Diego Simeone...

El Atlético de Madrid ha quitado, esta tarde, un guión a Hollywood para una película que nunca existirá. Acaso la literatura, sólo la que odia los finales felices, le dará cobijo en el futuro. La poesía, seguro, tipo Gabriel Celaya o Joquín Sabina, poetas de lo que pudo haber sido entre la burguesía de lo que ya es y será.

Se equivocan, es su vocación, los que juzgan a Diego Simeone de mal planteamiento táctico: las trincheras lastimadas no obedecen a caminos seguros; los suyos son, justamente, los atrevidos, los aventurados.

Simeone no tenía abastecimientos suficientes para llegar a la meta; debía, con la hombría a cuestas (tipo El Cid), llevar a los hombres al puerto cercano: Lisboa que nunca estuvo más cerca del Manzanares. No lo logró, es cierto, pero consiguió algo más: la épica inclusa, esa a la que faltan dos minutos para volverse novela, película, Hollywood.

Nada más mentiroso para el Atleti que la victoria. Existen equipos que del triunfo hacen su leyenda; otros que viven de la ilusión, de la esperanza. El Atlético de Madrid es de esos: el fin nunca justifica el medio. Y el medio es la lucha, el desamparo divino, la ola sin bandera que todo absorbe, la imposibilidad humana por lograr lo conseguible, epidemia de casis que nunca salen del barrio: entre la perpetuidad y el hastío había el relato, lo que pudo ser.

Hoy ha perdido una gran Atlético. Un heroico equipo lleno de melancolía, ese que sabe que las fichas del destino no le favorecen. Y lo ha hecho, paradójicamente, sin medallas franquistas, con la cara al sol, como presumía el cántico de la Falange.

Simeone logró lo imposible: reproducirse en 22 jugadores a su imagen y semejanza. No fueron Costa, Gaby o Juanfran: No. Fueron once, 22, Simeones imantados de pundonor, de gallardía, de garbo. Guardiola pudo, admirablemente, compartir el pan y los peces del árbol de la ciencia en la cancha. Eso es, relativamente, fácil. Lo complicado es lo de Simeone: compartir la carne, los nervios y las emociones. ¿Cómo compartir el alma y el corazón? ¿Es posible, de verdad, dar la hiel y que la hiel sea de todos, como el vino? Y, si esto es posible: ¿Cómo decirle a once peleadores que lo que importa es la entrega al destino, sin dolor y sin pena?

Simeone lo ha conseguido con grandeza. Ganar o perder son accesorios de una batalla: el espíritu de los hombres persistirá como una lección grandiosa de un equipo que justo en la derrota encontró su triunfo eterno, después de todo: sólo perdió una final de un año; la eternidad pertenece a los que luchan por ella, que no sabe de diplomas ni de balances.

El Atleti será más recordado que el ganador de este torneo. La alegría es efímera; persiste la melancolía. Allí el éxito de Simeone.

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