After Office

Ecos de un filósofo pop

El pensador italiano Umberto Eco era el pontífice entre la cultura de masas y los nichos de academia. Mañana tendrá un funeral laico en Milán.

El viernes fue, sin duda, un día fatídico para la familia Eco: no sólo murió Umberto, también sus hermanos Humberto y Uberto, decía alguien con sorna en el Twitter. Quién sabe si lo habrán leído, pero cientos de miles alrededor del mundo se volcaron a recordar al pensador italiano.

En cuestión de horas un tapiz de frases coleccionables envolvió el ciberespacio en diversas lenguas con un hashtag que fue trending topic. La gente colgó las palabras del escritor en sus muros virtuales. Incluso los diarios más prestigiadas de distintas latitudes compartieron en sus redes sociales listados con "las nueve" o "las 10" que todo internauta debe conocer. Tampoco faltó quienes se apropiaran del sonoro apellido para revelar a su poeta minimalista interior: "Muerto Umberto Eco / Erto Umberto Eco / Erto Eco / Eco". Y así por el estilo.

Ésas también fueron sus flores. Las mismas que "el hombre que lo sabía todo" -como le llamó el diario italiano La Repubblica en su despedida- hubiera querido extirpar del jardín de la opinión pública. Él, Príncipe de Asturias, 38 Honoris Causa y una silla en el Foro de Sabios de la Unesco. Tan crítico de que se elevara a la categoría de lo escrito –aunque fueran sólo 140 caracteres- el habla idiota del bar.

Umberto Eco fue querido y respetado dentro y fuera de Italia, donde la bandera de su natal Alejandría marcó el luto a mitad del asta.

Pero más allá de los lectores expertos y los curiosos que se asomaron a su obra académica o literaria, de quienes lo estudiaron con seriedad en la facultad de letras o de filología, de los comunicólogos y publicistas formados en los 90 que todavía lo reconocen como gurú (de ésos, ¿cuántos le hincaron el diente a fondo al Tratado de Semiótica General, la verdad?), de los 10 millones en el mundo que compraron El nombre de la rosa (la novela, claro) y aquéllos que leyeron Péndulo de Foucault (y no la dejaron a la mitad), Eco fue también figura entrañable para un público de a pie que conoció su lucidez a través del reflector, y la sintió cercana. Cientos de artículos y entrevistas en los que vertió, como aun en sus trabajos teóricos más esterilizados, ese rasgo típicamente alejandrino: la ironía. La misma que le guiña de regreso desde la comunidad cibernáutica para despedirlo cariñosamente.

Ni modo, Umberto, así pasa cuando se es un filósofo popular. En sus propios términos: un integrado en tiempos de la globalización.
El escritor peruano Santiago Roncangliolo le reconocía en Twitter precisamente ese afán de horizontalidad del conocimiento: "…gracias por enseñarnos que la cultura popular puede ser tan grande como la gran literatura".

Un diálogo que Eco también procuró viceversa porque, como filósofo, inclinado desde sus inicios a la reflexión estética, comprendió que la comunicación era la incierta ciencia de su tiempo y situó a la semiótica como la disciplina de la era de los medios masivos desde los años 60.

Bajo esa óptica interpretó culturas a través de la moda, el arte y los superhéroes, esos iconos a veces más próximos a la sociedad que los religiosos. Así llegó Superman a la portada de su clásico de 1964, Apocalípticos e integrados, que resume su postura pontífice entre la amplitud del mundo y la estrechez de la academia.

Aquel investigador que se doctoró en Filosofía en la solemnidad de Turín con una tesis sobre el problema estético en Tomás de Aquino (1956) logró pues, desincrustar de los nichos de ceja arqueada ciertos goces reservados a la intelectualidad. Así se convirtió en novelista, para compartir con todos los secretos del oscurantismo medieval que atesoraba en la enorme biblioteca de su dúplex, en Milán, a través de thrillers como el que lo hizo famoso o como la polémica El Cementerio de Praga (2010), en la que abordó con una dosis de humor la génesis del antisemitismo europeo.

Crítico de la cultura que ha llamado a cuentas al periodismo actual tanto como al futbol moderno, Eco ha sido también sujeto de crítica. En ocasiones se ha señalado que su obra teórica -en parte, superada- carece de peso y que su talento como novelista deja qué desear. En todo caso, habría que recurrir a la amplitud de su bibliografía (siete novelas y 55 títulos de no ficción) para dimensionarlo y eso lo harán pocos. ¿Dónde colocar a Umberto Eco? Sin duda en un lugar especial de la memoria.

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