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Don Larsen, el brazo que aún nadie supera

El duelo de pitcheo entre Mets y Reales evoca al lanzador del juego perfecto del 56, Don Larsen. Llegó al Yanquis con más dudas que convicciones. Dice Borges que un hecho, cometido o padecido, determina la alcurnia de los hombres. El de Larsen estaba por suceder sin que él, como todos, lo presintiera.

Los ejemplos en la literatura, la música y el arte abundan. Son raros en el mundo del deporte; aunque en otras disciplinas han sucedido con cierta infrecuencia. Ningún otro caso se ha presentado en el beisbol, ese concierto al aire libre de la metafísca.

Es curioso ver completos dos juegos perfectos en la historia de las Grandes Ligas. Es más extraño ser parte de uno y convertirse en el talismán (la plabra exacta) del segundo. Escribió Emmerson que la historia universal es el recuento de obras de grandes hombres. Suele pasar. Las polémicas por el mejor bateador, entre Babe Ruth y Ty Cobb; la del mejor, lanzador entre Gover Alexander y Walter Johnson, y, si se quiere, la del más veloz, entre el mismo Cobb y Lou Brock están sustentadas entre los hombros de gigantes de la pelota organizada. Pero el misterioso caso de Larsen no tiene analogía alguna en el diamante.

Donald James Larsen nació el 7 de agosto de 1929 en Indiana. Su vida escolar ("realmente era malo en las notas", llegó a decir mucho tiempo después) mediocre contrapuntaba con su buen desempeño en la duela de baloncesto y en el campo de los sueños. Su primer contrato equivalió a 850 dólares en 1947. Larsen inció su mediana, casi lastimosa, carrera en el Aberdeen Pheaseants, la de la clase C de la Liga del Norte. Jugó 16 partidos: cuatro ganados y tres perdidos con 3.42 de carreras limpias admitidas. Los años siguientes fueron dispensables para este relato. Sirvió en la Guerra contra Corea en 1951 en trabajos (hasta en eso gris) lejanos a los combates.

Hay biografías de grandes escritores menores que se se hicieron famosos por una novela fundamental; de pintores lerdos que plasmaron un óleo único en la historia del arte. Si no fuera por el hecho, el que se cuenta, Larsen sería un grano de arena en la vasta playa del olvido.

Debutó con el Cafés de San Luis y luego con el Orioles. Ningún dato suyo vale el registro ni la atención del lector presente. Acaso la eternidad que se resguarda de la instrascendecia recuerrente. Llegó al Yanquis con más dudas que convicciones. Dice Borges que un hecho, cometido o padecido, determina la alcurnia de los hombres. El de Larsen estaba por suceder sin que él, como todos, lo presintiera. Un año antes, en 1955, las Grandes Ligas comenzaron a repartir el premio al Jugador Más Valioso de la Serie Mundial. El lanzador Johnny Podres, del Brooklyn, fue el encargado del debut gracias a su triunfo en el séptimo del desafío contra el Yanquis en uno de los Clásicos de Otoño más célebres de la enciclopedia.

Larsen tuvo un récord de 11-5 en la temporada regular del 56, con 107 outs (la mejor marca de su carrera) y 3.26 de carreras limpias.

Aquí es donde todo cobra sentido.

Dodgers y Yanquis volvieron en octubre. En el Ebbets Field de Brooklyn, los Mulos perdieron los dos primeros partidos; el segundo por paliza. Se impusieron en los dos siguientes en Yankee Stadium. Para el 8 de octubre fueron anunciados Larsen (quien había sido destrozado en una entrada y un tercio en el segundo), por el Nueva York, y Maglie, por el Brooklyn. El duelo de pitcheo se mantuvo hasta la cuarta entrada. El encargado de echarlo a perder fue Mickey Mantle, con un jonrón en la parte baja (los Yanquis anotaron una más en la sexta). Larsen necesitó 97 lanzamientos para acabar con los 27 rivales. Solamente Pee Wee Reese, en el primer inning, llegó a la cuenta de tres bolas. "Nunca había tenido tanto control en el brazo", dijo Larsen años después de aquella tarde en la que él y Berra dieron vida a una de las fotografías más emblemáticas del siglo XX. Hasta 2010, ningún lanzador terminó un partido perfecto en postemporada.

Al final de su carrera (7 de julio de 1967) Larsen fue un pitcher mediocre: 81 ganados, 91 perdidos y 3.78 de carreras limpias. En 1999, en el día de Yogi Berra, lanzó la primera bola en Yankee Stadium al mismo catcher que le acompañó en la labor en el montículo, Yogi. Esa tarde David Cone lanzó el décimo sexto juego perfecto de la historia ante el Expos de Montreal.

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