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Concha Buika y su canto errante

El mundo la conoce como la única negra que canta flamenco. Concha Buika es la voz de los apátridas, la que llora por los refugiados sirios y la que celebra a los hombres que se han liberado de los nacionalismos. "Mi patria es la Tierra", dice.

De pequeña le dijeron mentirosa, libertina y tonta. Ahora el mundo la conoce como la única negra que canta flamenco. Concha Buika es la voz de los apátridas, la que llora por los refugiados sirios y la que celebra a los hombres que se han liberado de los nacionalismos. Es la niña de fuego a la que le da la gana no pertenecer a ningún lado.

"Yo vivo en el mundo", dice en entrevista esta cantante de sangre africana y criada en Palma de Mallorca. Por su temperamento pareciera que es cubana, pero su pasaporte indica que es española, que se llama María Concepción Balboa Buika y que tiene 44 años. "Mi patria es la Tierra", insiste. "Por eso me cuesta tanto trabajo echar novio, porque nadie quiere estar con alguien que no está nunca".

En su voz hay algo de salvajismo. Sus canciones son caricias que raspan. Habla como si rugiese un felino. Por sus venas corre la sangre de los bubis, una etnia que habita desde hace siglos en Guinea Ecuatorial, el país donde nacieron sus padres, y del cual tuvieron que escapar en calidad de exiliados políticos.

Ya lo trae en el ADN, eso de no pertenecer aquí ni allá. Su padre era el escritor Juan Balboa Boneke, quien ha sido catalogado dentro de la Generación Perdida (1968-1979) de la literatura africana. Fue perseguido por el dictador Teodoro Obiang y tuvo que refugiarse en España con su familia, a la que abandonó después de algunos años.

"En los movimientos sociales el destino es el que manda; las decisiones personales no tienen el peso que deberían tener. A nadie le sienta bien la crisis migratoria de Europa. Es terrible que la gente tenga que marcharse de su tierra para sobrevivir; tener que irte de tu país por ideas de otros es una de las peores tragedias de la humanidad. Las personas más listas son las que al final terminan jodiendo el mundo", considera Buika, quien se presentará el 8 de abril en el Teatro Metropólitan.

Su vida ha sido una cadena de sucesos azarosos. Para ella no existen los objetivos, sino los caminos. El suyo, desde siempre, ha sido la música, a la que define como "un arma de construcción masiva". Para ella, el arte es "la verdadera Biblia que defiende nuestros credos".

Cuando se le pregunta qué cosa es un artista, prefiere definirse como un soldado. Siempre se ha mantenido en pie de guerra, ya sea como vocalista de un grupo de hip hop en los 90 o imitando a Tina Turner en Las Vegas en los 2000. "Así nací, nunca he sabido hacer otra cosa. No sé qué coño sea ser artista. Sólo sé que somos muchos en el mundo. Y que somos misioneros de la paz aunque nunca sepamos por qué".

Su voz recuerda a las mujeres gitanas que cuentan historias antiguas. De joven se desenvolvió en el ambiente caló de Mallorca, inmersa entre los ritmos flamencos y la extravagancia de los bailaores. Pero no se estancó ahí. Navega errante en el mundo de la música desde que tiene memoria. Y todo por culpa de su madre, una mujer que, dice, no distinguía a la hora de sintonizar la radio: lo mismo escuchaba jazz que rancheras.

Buika acabó haciendo lo mismo. Empezó en la música electrónica y acabó ganando un Latin Grammy por El último trago (2010), el álbum con el que rindió homenaje a Chavela Vargas. Define a los géneros musicales como "maravillosas cárceles de oro" y se siente satisfecha por el camino que ha recorrido, sobre todo porque de niña le dijeron que nunca iba a servir para nada.

"Siempre me siento en mi lugar, aunque en este show que presentaremos en México me pregunté: con esta voz de perro, ¿cómo voy a interpretar canciones clásicas con orquesta sinfónica? ¿Podré hacerlo? Pronto lo solucioné. Me gusta asumir riesgos. Soy una kamikaze en mi trabajo", comparte.

Desde hace mucho que Buika no sabe de fronteras. Cuando escucha que tal o cual raza no es capaz de cantar un género, piensa que "hay mucha bobería en el mundo". Desde que era niña, recuerda, ha escuchado a blancos de Mallorca cantando música de Nueva Orleans, a mexicanos haciendo rock and roll y a estadounidenses cantando La Bamba. "La historia de la música está llena de esta gente", sostiene. "Nunca supe que quería ser cantante: simplemente decidí que no quería ser una secretaria".

Actualmente vive en Miami y Trump no es un tema que le interese demasiado: "pienso de él lo mismo que de muchos políticos: que son tiburones fascinantes que nunca dejarán que un delfín los lidere".
Y para hablar sobre España, lo único que se asemeja a su madre patria, recurre a una frase de Julio Iglesias: "Lo que España necesita son carreteras más largas y cañerías más anchas. ¡Claro! Carreteras para escapar y cañerías para dejar escapar toda la mierda".

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