After Office

Chicago y Cleveland… las postales de otoño

Cachorros de Chicago e Indios de Cleveland dirimen el relato de la Serie Mundial que hace 100 y 60 años reinventaron dos pitchers históricos.

Stevenson llamaba al teatro "la poesía del comportamiento" y a la novela "la poesía de la circunstancia". El beisbol es el comportamiento y la circunstancia de la poética del número. La estética del azar es la futura estadística de la certeza. El Mago Séptien exaltó el valor algebraico del diamante, pero no lo delegó al archivo de la numeralia del dato puro de pura pureza. No. El Mago le dio, en palabras de Stevenson, morada y destino: lenguaje, palabra, letra: verso y prosa.

Ninguna actividad humana está tan plagada de cómputo como el juego de pelota; ninguna, tampoco, es tan rica en elogios, hazañas y memorias. El beisbol es, pues, el teatro de la ilusión, esa curva en la que lo remoto es, ya inevitablemente, imposible futuro.

Hoy comienza la fiesta otoñal: el Indios y el Cachorros dan pretexto a la enciclopedia; al contexto del tiempo.

Hace 100 años se venía abajo una idea del mundo que, sin embargo, prevalece como inalcanzable porvenir. Gover Cleveland Alexander lograba 33 victorias y 12 blanqueadas en la temporada del 16 para el Filis de Filadelfia. Parecen imposibles, en estos años de la pelota "superviva" esas marcas del Gran Pete. El 9 de octubre de aquel año, George Herman Ruth asumió el papel protagónico del Medias Rojas en el segundo juego del Clásico de Otoño ante el Brooklyn. Aquel fue su primer gran juego como pitcher patirrojo. Ruth terminó la temporada (23 ganados y 12 perdidos con nueve blanqueadas) con un 1.75 de carreras limpias admitidas, la mejor marca, entonces, para un lanzador izquierdo.

En aquel histórico partido, Ruth recibió un cuadrangular (solo) de Hi Myers en la primera entrada. El zurdo, nacido en 1895, en Baltimore, mantuvo el temple y cabalidad. Después mantuvo el cero en los siguientes 13 innings. Al final, Boston ganó el partido 2-1. Ningún otro lanzador, derecho o zurdo, pitcheó más entradas que El Bambino: 14, en las que aceptó solamente seis hits. El Medias Rojas se hizo campeón del mundo con una facilidad casi infantil: 4-1.

Dos años después, en el 18, Ruth lanzó el primero y el cuarto juegos de la serie ante el Cachorros de Chicago, el equipo que ahora quiere lograr su primer Clásico desde 1908 (justo en el último año de la administración de Barack Obama, exgobernador de Chicago) ante el Indios de Cleveland. Ruth alargó a 29 entradas su imbatibilidad, la marca tardaría más de cuatro décadas en ser superada. Ruth fue vendido al Yanquis en el año siguiente y Boston volvería a ser campeón del mundo hasta 2004 (ante el Cardenales, 4-0), después de dejar en la ruta a los Mulos en la Serie de campeonato (4-3).

Cuarenta años después (hace 60), Don Larsen volvió a convertir lo remoto en improbable devenir. El 8 de octubre (no es casual que la poética del número suceda en el otoño que tanto cautivó a Darío y a Whitman) el abridor de 27 años (nacido en Michigan, Indiana, en el año de la Gran Depresión) retiró a los 27 hombres del Dodgers para conseguir la "gran circunstancia" del beisbol: el juego perfecto; único en los Grandes Clásicos. Babe Pinelli, el ampáyer de aquel duelo, cantó el tercer strike a una bola rápida sobre Dale Mitchell, la última oportunidad del Dodgers. Larsen había ganado solamente tres partidos dos temporadas antes y, sobra decir, no volvió a lanzar un juego perfecto el resto de su carrera. Mickey Mantle tuvo una gran lanzada en el quinto inning y Sandy Amorós estuvo a punto de romper el encanto en esa misma entrada, el eventual hit salió del terreno permitido por el jardín derecho.

Para Stevenson la literatura muestra la realización y la apoteosis de los sueños de las personas normales. Las epopeyas, dice, siempre tendrán un peso épico. El beisbol es, en suma, la novela del laberinto.

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