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'Carne y Arena', la travesía del migrante vista por Iñárritu

El cineasta mexicano presentó su instalación virtual, la cual busca reflejar la desesperación de aquellos que intentan cruzar la frontera hacia Estados Unidos.

ACUDE
¿Qué? Carne y Arena (instalación de realidad virtual)
¿Dónde? Centro Cultural Universitario
¿Cuando? A partir del 18 de septiembre, previa cita
Boletos: $300

El viaje está en el pie, vehículo sagrado. Para entrar y salir del desierto. Para llegar al destino o escapar de la muerte.

Desnudos, un par basta para andar durante tres días sobre la arena hirviente. ¿Qué tan pobre debe ser uno para armarse con unas chanclas de hule y lanzarse a cruzar la frontera de ilegal?

Pero ahí están, murmurando desolación, esas chancletas azules, junto a un huarache de cuero, un zapato rajado, un flat sin par, unas botas de niña casi nuevas, un zapatito de bebé. ¿Habrán llegado al otro lado? ¿Vivos? Quizá nunca.

A Carne y Arena, la instalación de realidad virtual de Alejandro González Iñárritu, se entra solo. Hay que descalzarse. Sentarse y esperar. Es el preámbulo de un caminar desesperado: decenas de zapatos se apilan en el suelo de aquel cuarto helado. Prendas decomisadas en las hieleras –centros de retención de migrantes en la frontera entre México y EU- o recuperados de la basura.
Suena la alarma. Se cruza la puerta. Oscuridad.

Un viento gélido hace sentir que se está allí. Y allí estás. Ellos también. Pies descalzos sobre arena. Las yucas, las montañas, la inmensidad en 360 grados. Solo. Pero no solo, también. Pasos detrás se oyen. Voces que se acercan. Un acento centroamericano. Un hombre que habla para sí en quiché. Gritos: ¡Hay que regresar! No. Nunca.

Pasos exhaustos. Siguen al coyote. Apenas avanzan cuando escuchas (escuchan) el estruendo: un hélicóptero de la border patrol arroja sus luces sobre ellos. Tú. ¡Abajo! Se lanzan al suelo. Las hélices mueven el aire. Te despeina entre la polvareda de la camioneta policial que derrapa, los ladridos, los agentes que vociferan, mandan, apuntan con armas largas. ¡Hands where I can see them! Junto a tí, aterrorizadas, la madre y su pequeña hija. Ellas.

Has dejado de ser un testigo a salvo: el oficial te descubre; te encañona. Sientes tu corazón en la garganta.Todos los pronombres. Tú.
La narración multisensorial de González Iñárritu dura seis minutos y medio. Las imágenes todavía carecen de nitidez. En el escenario se puede ser un observador o parte del grupo de migrantes. Experiencia de la que se sale disntinto. Otro. Tú. Todos los pronombres. Ellos.

En la sala siguiente, flanqueada por un fragmento del muro fronterizo real, cada uno de los personajes del viaje cobra rostro definido: sus retratos en video narran historias de hombres y mujeres que huyeron de Honduras o El Salvador ante las amenazas de pandilleros; el chico a quien, siendo niño, sus padres depositaron en un camión con rumbo al Norte, diciéndole que se iba de vacaciones. El hombre que perdió los zapatos en un atraco y cruzó el desierto con las plantas en la arena.

El cineasta conoció a estas personas a lo largo de siete años, en los cuales realizó la investigación que vertió en este proyecto, de la mano del cinematógrafo Emmanuel Lubezki. En ese tiempo, murieron 6 mil migrantes en su intento por cruzar la frontera.

También está John. Estadounidense. Policía. No contaba sus pesadillas para no aparecer como débil. El que conoce el gemido peculiar que emiten los que mueren por deshidratación. John detesta que se trate a los migrantes como criminales.

Son sólo gente en busca de un futuro. Para cruzar la frontera hay que estar dispuesto a no comer ni beber en días. A morir bajo un montón de troncos, o de cuerpos. ¿Quién quisiera ponerse en una situación así?. Pregunta a la nada. Sólo alguien en verdad desesperado.

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