After Office

Brüggemann y el acto textual

La propuesta visual de Stefan Brüggemann abre, a través de la palabra, un portal a la espiral sin fondo de la significación. Sus obras establecen un juego filosófico que hurga en la naturaleza del mundo y del lenguaje.

No es un letrero de neón más encendido en una galería. En éste brilla una inquietante instrucción que apunta directo al espectador: This work should be turned off when I die (Esta obra debe apagarse cuando yo muera). La muerte es el fin de la obra; marca su término y también su realización. Pero, ¿la muerte de quién? ¿Del que la mira? ¿Del autor? ¿Del que la posea?

Esta pieza, que guiña a la obra del pionero del arte conceptual Joseph Kosuth -autor de Four words in neon (1965)-, es una de las pocas creaciones de Stefan Brüggemann (Ciudad de México, 1975) cuyo certificado de venta está personalizado. Hasta ahora sólo existen cinco propietarios de la obra y cada ejemplar deberá exhibirse apagada una vez que su dueño fenezca. ¿Humor macabro o arte para-la-muerte?

"Lo que más me importa de mi trabajo es que te genere una duda; que te preguntes qué es, incluso si esto es arte o qué quiere decir", comenta el artista en su estudio de la Ciudad de México, donde reside cuando no está en Londres, su segunda base desde 1998.

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Los materiales con los que Brüggemann trabaja son sencillos, pero nunca simples: una superficie y alguna frase. No cualquier frase. Las suyas dislocan, dan comezón, incluso incomodan. Evocan, por momentos, a los koans, esos irónicos arcertijos del budismo zen que cuestionan siempre la naturaleza de la mente y de la realidad. Como otra pieza tipográfica que, desplegada en una de las paredes del estudio, guarda estrecha relación con el ánimo existencialista de la anterior: This work is realised when it is destroyed (Esta obra estará completa cuando se destruya).

Sobre un espejo, ese infinito presente, o sobre un muro, los textos bidimensionales de Brüggemann abren un portal a la espiral sin fondo de las significaciones. Su juego lingüístico es a la vez un juego filosófico que tiene mucho de heideggeriano, admite el autor, porque a partir de una primera lectura visual, estética, incluso decorativa -conceptual decoration, le llama él-, la palabra reclama su territorio como constructora de mundo, que permite que lo que es, exista.

"Me interesa que mi trabajo tenga esos diversos niveles de lectura, que te permita ir tan adentro como puedas", comenta. Sus textos aparecen siempre en inglés porque, explica, es la lengua con la que se siente cómodo para dar forma a sus ideas.

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ARTE CAPITALISTA
Influida por el arte conceptual que se desarrolló en Estados Unidos y Europa en los 70, el minimalismo y el pop art, la obra de Brüggemann -en la que hay también libros de artista- figura en importantes colecciones de arte contemporáneo -Jumex, entre ellas- y desde hace más de una década se exhibe de manera constante en destacadas galerías de Londres y Nueva York, así como en Alemania, Francia y España, entre otros países europeos; también en México, por supuesto, y en Brasil.

Su propuesta neoconceptual, dice, fija una distancia ideológica de sus influencias. Si el conceptualismo surgió en un contexto en el que bullían las izquierdas, el marxismo y las protestas contra la guerra de Vietnam, a él le interesa celebrar el capitalismo.

"Es lo que nos está tocando vivir. No juzgo, no cuestiono. Todos sabemos que hay algo que falla, y que tampoco hay ninguna contrapropuesta", sostiene.

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La mirada de Brüggemann se enfoca en ciertos fenómenos derivados del "sistema", como la adaptación de la sociedad y de los individuos a un entorno marcado por la aceleración de los acontecimientos, de la comunicación y la reacción inmediata.

"Somos una sociedad de copy-paste: copiamos sistemas de otro lugar, los adaptamos y alguien más se los vuelve a apropiar; somos un collage en un movimiento vertiginoso del que no estamos bien conscientes", comenta.

Tal es la idea que subyace en una pieza como Headlines and lastlines in the movies: una serie de frases tomadas de encabezados de periódicos y de líneas finales de películas que el artista superpone, grafiteadas, sobre una pared o un espejo, hasta que parecen ilegibles.

"Subliminalmente estamos influidos por una serie de informaciones y mensajes que nos llegan sin que nos demos cuenta de que están ahí. Esta pieza se 'oye' como esos gritos que te manipulan, la aglomeración los vuelve algo abstracto y, al igual que sucede con la realidad, ya no los ves; hay un todo fragmentado de donde tú vas tomando partes, de forma consciente e inconsciente, y con ellas vas formando tu propia realidad", observa.

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EL DESIERTO MEXICANO
Desde México, Brüggemann prepara una exposición de más de 40 piezas para la prestigiada Hauser & Wirth de Zúrich, que abre el 31 de marzo.

El artista -cuyo trabajo ha captado el interés de destacados críticos como Hans-Ulrich Obrist y el sociólogo francés Gilles Lipovetsky- planea continuar trabajando en el país y exhibiendo en Europa, donde admite, encuentra un clima más propicio para la recepción de su obra. "Londres es un gran amplificador de la cultura, en México, aunque seamos tantos, te sientes como en un desierto", comenta.

Brüggeman, quien desde mediados de los 90 abrió las galerías Art Deposit y Programa en la Ciudad de México, considera que la escena capitalina de espacios emergentes que floreció en aquellos años ya ha decaído. "Entonces lo que queríamos era exhibir, ahora veo que los artistas están más interesados en tener un lugar en las ferias, en vender".

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