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Borussia, fanatismo a prueba de cualquier crisis

Se dice que no hay afición más fiel que la del Borussia Dortmund. Ni aún en sus peores momentos (como ahora, que están en el penúltimo lugar de la tabla), el club ha dejado de sentir el apoyo de su gente. 

En Dortmund es más barato ir al estadio que asistir al teatro. Quince euros es lo que cuesta el boleto para ver al Borussia en casa. La vida de esta ciudad industrial gira en torno a la pelota, en una especie de liturgia que pocas ciudades del mundo pueden presumir. 

Los densos vapores de las fábricas y los interminables grafitis de las paredes conforman la estampa más atinada para retratar a esta urbe de casi 60 mil habitantes que sabe escuchar más punk que tocatas de Bach. Por eso el Borussia no sabe de corporativismos, como el Bayern Munich, club enclavado en el corazón financiero germano. No, lo suyo es el aliento deportivo del pueblo. "El futbol no es un producto, es cultura". Ésa es su filosofía, un tanto brechtiana: la bella escena al servicio del pueblo. 

Aunque perteneció a la República Federal Alemana, Dortmund es hoy una de las ciudades más pobres del país. Más del 25% de sus habitantes se siente "pobre respecto a su poder adquisitivo", según cifras del Instituto de Economía Alemana. El Estado de Bienestar del que tanto se jacta la canciller Angela Merkel en sus discursos no ha llegado a esta ciudad.

Pero nada afecta al BVB, que sigue cobijado por una estrategia financiera que le ha permitido soportar las malas rachas en la cancha, como la actual, al ubicarse en el penúltimo lugar de la Bundesliga con peligro de descender.

En 2004, el Borussia tenía una deuda de 170 millones de euros. Las acciones se desplomaron hasta en 80%. Gerd Niebaum, entonces presidente del club, renunció. Tiempo después llegó Reinhard Rauball para tomar la mejor decisión del equipo en muchos años: vender su estadio. O, mejor dicho, invertirlo.

El Westfalenstadion (hoy Signal Iduna Park) fue vendido a un fondo de inversión dominado por el Commerzbank. ¿Quién iba a desperdiciar la oportunidad de poner su nombre al inmueble que posee uno de los promedio de asistencia más altos en Europa (8,500 personas por partido)?

Poco a poco, los patrocinadores empezaron a llover: Puma, Nike, Evonik, Morgan Stanley. Incluso muchos simpatizantes se animaron a comprar acciones. Como en Alemania existen reglas rigurosas para evitar controles monopólicos, el mayor accionista apenas posee el 10%.

Sin embargo, el gran guiño del Borussia hacia su gente son sus estados financieros que, al cotizar en bolsa, son públicos. Por ello, cada vecino del Dortmund sabe cuánto gana el entrenador Jürgen Klopp: 6 millones de dólares al año.

Los directivos saben que sin los aficionados ya no se puede jugar a nada. Cuando una empresa constructora propuso renovar el estadio agregando 4 mil asientos VIP, se negaron rotundamente. Actualmente el equipo ofrece bonos económicos de 70 partidos por 187 euros al año, es decir, a tres euros cada entrada. Una ganga si se compara con la Liga MX, cuyos boletos cuestan, como mínimo, 100 pesos.

Borussia Dortmund fue la a primera potencia deportiva de la nueva Alemania tras la caída del Muro de Berlín, en 1989. De la mano de Matthias Sammer, nacido en Dresde y seleccionado con las dos Alemanias, el club ganó su primera y única Champions League.

Hablar del Borussia no sólo es hablar de lealtad; también de esperanza y orgullo. El 13 de julio de 2014 jamás lo olvidarán los alemanes: fue Mario Götze, un muchacho de sólo 22 años salido de la cantera del Dortmund, quien le dio a la Mannschaft su cuarta Copa del Mundo.

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