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Barcelona: ¿El fin de la ciudad de las letras?

Barcelona no sólo ha sido un puente de mercancías, sino también de historias, y el desafío de una Cataluña independendiente quiere esconder la importancia que las letras han tenido en su unidad con Europa.

No fue París. Tampoco Londres. Fue Barcelona la que acogió a Octavio Paz cuando éste fue atacado por los grupos comunistas de América Latina por sus críticas al estalinismo. "Barcelona se ha convertido en una suerte de ciudad-talismán: cada vez que nos sentimos tristes o desesperados, pensamos que tal vez podríamos escapar allá", escribió el Nobel mexicano a su amigo, el poeta catalán Pere Gimferrer, en julio de 1974.

El sentimiento de Paz no fue un caso aislado. La ciudad ha sido, desde siempre, de amplias raíces literarias. Si el FC Barcelona es "el ejército simbólico de Cataluña" –como lo definió Manuel Vázquez Montealbán–, pocos encontrarían combativos contra España a Joan Manuel Serrat, Eduardo Mendoza o Enrique Vila-Matas, tres catalanes que representan ecuanimidad ante las tensiones entre el gobierno español y la Generalitat de Cataluña.

Pero Barcelona no se limita, naturalmente, a las vidas y obras de sus portentos literarios contemporáneos. Es, también –puerto al fin– una ciudad de paso. Un puente de mercancías pero también de historias. No por nada la UNESCO la nombró Ciudad de la Literatura en 2015.

Cuarenta bibliotecas públicas y 272 editoriales –según cifras del propio gobierno– se extienden por las mismas calles en las que, a finales de los años 60 y principios de los 70, caminaron Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez, vecinos del barrio de Sarriá y asiduos visitantes del Bocaccio, discoteca y epicentro de la gauche divine, esa primera generación de jóvenes catalanes –en su mayoría con ideas de izquierda– que se rebeló contra el franquismo desde la literatura, que es la forma más real de la utopía, como la definió Helen Keller.

El cronista Joan de Sagarra llamó a aquella generación gauche divine (divina izquierda) por sus ideas marxistas, pero también porque, a diferencia de otros grupos de izquierda del mundo –como la Banda Baader Meinhof, en la República Federal de Alemania– nunca ejercieron la violencia ni la guerrilla; sólo letras, ideas. El hecho que marcó el nacimiento de esta generación fue, justamente, la presentación de Tusquets, sello editorial fundado por Beatriz de Moura y Óscar Tusquets.

Barcelona, a mediados del siglo XX, era una ensalada de nacionalidades: la tierra que llevó a Serrat a componer Mediterráneo, donde atribuye a los catalanes "alma de marinero" y describe al Mare Nostrum como el lugar en que se vertieron "cien pueblos de Algeciras a Estambul".

Eduardo Mendoza la llamó la ciudad de los prodigios, porque fue en las riberas del Besós y del Llobregat donde los elefantes de Aníbal se detuvieron a beber para soportar el frío y accidentado camino de Los Alpes.

"Los primeros barceloneses –explica– quedaron maravillados al ver aquellos animales. Este asombro y los comentarios ulteriores, que duraron muchos años, hicieron germinar la identidad de Barcelona como núcleo urbano; extraviada luego, los barceloneses del siglo XIX se afanarían por recobrar esa identidad".

Y ASÍ LO HICIERON
Años después, como resultado de aquella recuperación de urbanidad, nacería el boom latinoamericano en el corazón de Cataluña, una región que, desde su fundación por los fenicios, nunca ha sido "libre" ni se ha conformado en un Estado-Nación. Ha sido esta cualidad de ocupación histórica –unas veces por los griegos; otras por los layetanos, los romanos o los moros, o por el Reino de Aragón– la que la ha dotado de una cualidad casi cosmopolita, según observa Mendoza en La ciudad de los prodigios (1986).

Según el Museo Etnológico de Barcelona, los catalanes tienen tres herencias de los antiguos griegos: su tendencia a ladear la cabeza hacia la izquierda cuando ponen atención a su interlocutor y su costumbre de dejarse crecer el vello nasal y la barba.

Miguel de Cervantes le encontró otro tipo de prodigios, aunque sólo la visitó una vez, según sus biógrafos. En voz de El Quijote, el Manco de Lepanto afirma: "Barcelona es archivo de la cortesía, albergue de los extranjeros, hospital de los pobres, patria de los valientes, venganza de los ofendidos y correspondencia grata de firmes amistades, única en sitio y en belleza".

El presidente de la Generalitat de Cataluña, Carles Puigdemont, dice algo similar en sus arengas, pero olvida la identidad multicultural que tiene Barcelona desde hace ya varias décadas. Una multiculturalidad que, por cierto, le permitió conocer a su actual esposa, Marcela Topor, quien en 1998 era sólo una joven actriz rumana de la compañía Ludic Theatre en busca de mejores oportunidades laborales.

El cantautor Joaquín Sabina ha dicho que está "radicalmente en contra de alguien que quiera hacer una patria más pequeñita teniendo una tan grande". ¿Puigdemont habría conocido a su mujer si Cataluña hubiese sido independiente de España y, por consiguiente, no hubiese formado parte de la Unión Europea y, en consecuencia, ningún artista rumano habría podido trabajar en Barcelona?

FUGA DE DINERO...Y DE LIBROS
El independentismo catalán y las constantes fricciones entre el gobierno de Mariano Rajoy y la Generalitat han colocado la semilla de la incertidumbre en el mundo editorial de habla hispana.

Ante el peligro de que Cataluña quede fuera de la Unión Europea —y con ello pierda privilegios fiscales e intercambios comerciales— las editoriales han alzado la mano para advertir que no se quedarán en caso de una separación. El presidente de la editorial Planeta, José Creuheras, aseguró que retirarán su domicilio fiscal y social a Madrid. Además, indicó que las ventas de librerías Planeta en la región catalana han caído en 25 por ciento.

Barcelona es, además, la casa de una de las editoriales más queridas por los lectores de habla hispana: Anagrama, cuyos directivos —todos catalanes— han guardado silencio, incluyendo a su fundador, Jorge Herralde. Actualmente, el Gremio de Editores de Cataluña publica 33 mil títulos al año.

Nadie olvida los años dorados del boom. "La Ciudad Condal tenía a la agente Carmen Balcells, el gran imán de los escritores; a Carlos Barral, editor del prestigio literario; y una potente maquinaria industrial-editorial, encabezada por Planeta y Plaza y Janés. Además, unas nacientes editoriales —Anagrama, Tusquets— que se sumaban a las modernizadas Lumen y Seix Barral", recuerda Xavi Ayén en su libro Aquellos años del boom (2014).

Su industria está tan contabilizada, que el Gremio de Editores de Cataluña tiene un control sobre los libros más vendidos cada semana. El título más comprado del 9 al 15 de octubre fue Origen, de Dan Brown, tanto en catalán como en español.

El editorial del diario francés Le Monde señaló el lunes pasado que el independentismo catalán vive en una burbuja de problemas. Una postura que recuerda la respuesta que daba Groucho Marx cuando le preguntaban por qué detestaba tanto a los partidos políticos: "la política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados".

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