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Acoso a la prensa... como en tiempos de Santa Anna

Antonio López de Santa Anna instituyó el acoso a la prensa; hoy la persecución se recrudece desde diversos flancos. La libertad de expresión en el México contemporáneo aún sigue dando de qué hablar.

¡Dígame usted de quién es este artículo para arrancarle
la lengua!".
Antonio López de Santa Anna, presidente de México, tras leer una crítica en su contra en el periódico
El Calavera. Ciudad de México, 1847.

"Pórtense bien. Todos sabemos quiénes andan en malos pasos. Vamos a sacudir el árbol y se van a caer muchas manzanas podridas. Yo espero, verdaderamente se los digo de corazón, que ningún trabajador de los medios de comunicación se vea afectado por esta situación".
Javier Duarte, gobernador de Veracruz, durante un encuentro público con los medios de comunicación. Poza Rica, 2015.

Ciento sesenta y ocho años separan una frase de la otra. Ciento sesenta y ocho años: la Revolución de Ayutla, la Guerra de Reforma, la Intervención Francesa, el Imperio, dos constituciones, el Porfiriato, la Revolución, la Guerra Cristera, el Maximato, nueve sexenios priistas y una alternancia (sin olvidar el 68, 71 y 88). Y, sin embargo, la libertad de expresión sigue dando de qué hablar en México.

Hay más ejemplos.

En 1833, en Toluca, Lorenzo de Zavala confiesa a sus allegados que ganó la gubernatura del Estado de México "comprando electores con pulque y barbacoa", según cuenta Gustavo G. Velázquez en Desertor de México (1968).

El lunes pasado, un día después de las elecciones en el Estado de México, la prensa nacional reportó que la compra de votos fue el delito electoral más recurrente durante los comicios. Setenta autobuses de la empresa Pullman de Morelos fueron interceptados con 3 mil 500 acarreados, quienes iban a votar en distintos municipios mexiquenses.

Durante el último siglo y medio los rostros y los partidos han cambiado, pero las formas de ejercer la política se conservan intactas e incluso se han agravado, señalan expertos consultados por El Financiero, quienes ahora observan en Su Alteza Serenísima a un político menos cínico y corrupto que exgobernadores como Javier Duarte, Humberto Moreira o Roberto Borge.

"México es el país donde las heridas de la historia nunca cicatrizan", asegura el escritor Enrique Serna, quien publicó en 1999 El seductor de la patria, una novela que retrata los claroscuros del hombre que ocupó 11 veces la silla presidencial.

"Si Santa Anna tuvo la idea de representarse como la encarnación de la patria, esa costumbre se reeditó en los siglos XX y XXI con la existencia de un partido de Estado (el PRI) que usurpó los colores de la bandera para venderse como la representación de una nación. Y sobre la prensa, mejor ni hablar. Ni siquiera en tiempos de Santa Anna hubo tantos asesinatos de periodistas como ahora", añade.

Hace 160 años Santa Anna amenazó con cortarle la lengua a un redactor llamado Eufemio Romero por haber criticado las primeras acciones de su décimo mandato. El 23 de marzo pasado, la reportera de La Jornada Miroslava Breach fue asesinada a tiros en Chihuahua por "lengua larga", de acuerdo con su colega Javier Valdez, quien también fue liquidado dos meses después en Culiacán, a pocos meses de haber publicado su libro Narcoperiodismo. Ambos forman parte de la lista de los 104 comunicadores mexicanos que han sido asesinados desde 2000, según Artículo 19.

Aunque en contextos completamente diferentes, la libertad de expresión en México siempre ha estado asediada por diferentes grupos de poder. Y esto se debe, principalmente, a la permanencia de un vicio político: la impunidad, asegura el historiador Álvaro Matute.

El miembro de la Academia Mexicana de la Lengua considera que la opaca relación entre los aparatos de justicia y el crimen organizado es, en buena medida, herencia del México incipiente que le tocó gobernar a Santa Anna. Ahí está, dice, el caso del tristemente célebre coronel Juan Yáñez, quien se aprovechó de su cercanía con el presidente (era jefe del Estado Mayor Presidencial) para comandar una organización criminal conocida como Los bandidos de Río Frío, que luego inspiraría la célebre novela de Manuel Payno, quien fue perseguido y obligado a refugiarse en Estados Unidos por esa publicación.

"Esa clase de complicidades, que hoy son iguales o incluso más graves que antes, son las que producen los asesinatos de periodistas. Es cierto que Santa Anna calló a Juan Bautista Morales -autor de El gallo pitagórico, una de las obras más críticas del régimen- y desterró a algunos liberales, como Melchor Ocampo y Benito Juárez, pero nunca hubo una cacería tan sangrienta de comunicadores como la que actualmente vivimos", afirma Serna.

El 23 de abril de 1853, Santa Anna promulgó la Ley Lares para restringir la libertad de imprenta, por la cual muchos periódicos -como La Orquesta o El Monitor Republicano– cerraron u operaron clandestinamente, refiere el académico del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM, Silvestre Villegas. "Francisco Zarco, entonces director de El Siglo XIX, fue muy inteligente: repitió las noticias oficiales y suprimió las páginas de opinión, para que su silencio fuera interpretado como una protesta contra la dictadura santanista".

Por seguridad personal, ningún caricaturista –como Alejandro Casarín o José María Villasana– firmaba su trabajo. Los reporteros hacían lo mismo. Hoy se realiza una práctica similar en medios como RioDoce o Proceso. En abril pasado, el diario Norte, de Ciudad Juárez, suspendió sus actividades por falta de garantías para ejercer el periodismo.

"Ninguno de los políticos mexicanos del siglo XIX tuvo los excesos que hoy tienen nuestros servidores públicos. Por mucho que haya robado Santa Anna, no hay comparación. El común denominador entre ambas épocas es la imposibilidad de la impartición de justicia", considera Villegas.

El actor Isaac Pérez Calzada encarna al gobernante más vilipendiado de México en el monólogo Dicen que me parezco a Santa Anna... ¡y ni guitarra tengo!, en el Centro Cultural Helénico. Al interpretarlo, dice, se ha dado cuenta de que su guion bien podría estar basado en cualquier político contemporáneo. "Santa Anna está en la genética de la clase política mexicana. Estamos ante la personalidad de un seductor, de un cínico, de alguien que promete utopías vacías aunque la realidad le indique lo contrario. ¿En qué circunstancias estaba México en el siglo XIX para que un tipo como él fuera considerado el hombre fuerte? Pero algo aún más grave: ¿en qué circunstancias estamos ahora nosotros para seguir eligiendo a gobernantes del mismo partido que se convencen a sí mismos que sí merecen abundancia?".

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