Desde el otro lado

¿Hacia el retorno de la presidencia imperial?

La perspectiva de una concentración de poder en una Presidencia que no admita errores ni concesiones y que carezca de contrapesos reales debe ser motivo de gran preocupación.

A medida que nos acercamos al 2 de junio, y las encuestas no revelen cambios significativos, la probabilidad de que Claudia Sheinbaum se convierta en la próxima presidenta de México aumenta. A pesar del notable desempeño de Xóchitl Gálvez en el segundo debate, este no parece haber sido suficiente para colocarla en una posición realmente competitiva. Según la encuesta más reciente de Mitofsky, aunque la ventaja de Sheinbaum se ha reducido, todavía supera los 20 puntos porcentuales.

Aún falta el debate de este domingo, en el que se abordará el tema que más preocupa a los mexicanos y donde el gobierno ha sido peor evaluado: la inseguridad. Esa misma mañana también se llevará a cabo la marcha ‘marea rosa’, que movilizará a cientos de miles de manifestantes y podría energizar el voto anti-4T. A pesar de que estos eventos podrían darle otro impulso a la campaña de Gálvez, la estabilidad relativa en las encuestas hasta este momento sugiere que probablemente tampoco serán suficientes para inclinar la balanza a su favor.

Un eventual triunfo de Sheinbaum nos obliga necesariamente a reflexionar sobre el futuro de nuestra democracia. Mucho dependerá, por supuesto, de si Morena y sus aliados logran obtener una mayoría calificada que les permita modificar la Constitución a su antojo. Aunque es poco probable que logren tal mayoría, la posibilidad de que la formen con el apoyo de legisladores del PRI o MC no puede ser descartada.

Si este escenario se materializa, es probable que el próximo gobierno continúe la ruta trazada por Andrés Manuel López Obrador. Este camino quedó claro con el paquete de reformas constitucionales presentadas en febrero, que fueron prontamente respaldadas por Sheinbaum. Estas reformas apuntan hacia una concentración aún mayor del poder en la Presidencia, a expensas de los otros poderes del Estado y de organismos autónomos.

El resultado sería el regreso de la presidencia imperial, término acuñado por Enrique Krauze para caracterizar el sistema político de la época dorada del PRI hegemónico del siglo pasado. Esta semana Denise Dresser señalo en Reforma que “la defensa de la continuidad con más concentración de poder no es un argumento progresista … Es profundamente salinista.”

La realidad es que nos encontramos ante un escenario de concentración de poder que difiere en al menos dos aspectos fundamentales de un simple retorno al México de Carlos Salinas de Gortari. En primer lugar, está el pragmatismo de los gobiernos priistas de esa época, que, aunque se proclamaban herederos de la Revolución y producto de elecciones democráticas, sabían que no eran ni lo uno ni lo otro. Un claro ejemplo de esto es el del propio Salinas, cuya elección en 1988 sigue siendo cuestionada y quien abandonó el nacionalismo revolucionario en favor del neoliberalismo y la globalización.

A pesar de su principal interés por mantenerse en el poder, los gobiernos priistas solían dialogar con sus opositores y acomodar sus demandas, especialmente en momentos de crisis. Estas interacciones gradualmente abrieron espacios a la oposición y eventualmente allanaron el camino para la alternancia en el poder.

En contraste, la dinámica durante el actual sexenio y la dirección de las reformas propuestas son distintas. No hay apertura hacia la oposición, ni negociaciones para acomodar sus planteamientos. Desde una perspectiva de superioridad moral, el presidente considera que solo él y su movimiento representan verdaderamente al pueblo, y por tanto, no ven la necesidad de hacer concesiones a una oposición que, en su opinión, representa solo a una oligarquía que debe ser desafiada y vencida.

No es sorprendente, por tanto, que el presidente no haya recibido jamás a las dirigencias de los partidos del PRI, PAN o PRD. Tampoco sorprende que sus reformas busquen cerrar espacios a la oposición, restar independencia a los órganos electorales y concentrar aún más el poder en manos del Ejecutivo.

La segunda diferencia significativa que implicaría una concentración de poder en un eventual gobierno de Claudia Sheinbaum, en comparación con el régimen priista de décadas pasadas, es que entonces la oposición tenía legitimidad y estaba en ascenso. Recordemos al PAN de aquellos tiempos o al cardenismo que dio origen al PRD y comparémoslos con el estado actual de estos partidos. La sacudida que recibieron después de la derrota de 2018 los dejó debilitados y en una ruta donde incluso se duda si sobrevivirán en su forma actual si son derrotados nuevamente.

Por estas razones, las próximas elecciones son cruciales. Más allá de las afinidades ideológicas o de las preferencias partidistas, la perspectiva de una concentración de poder en una Presidencia que no admita errores ni concesiones y que carezca de contrapesos reales en el campo opositor debe ser motivo de gran preocupación. Nos enfrentamos a la posibilidad de una Presidencia aún más imperial que la de los tiempos del viejo régimen priista.

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